Comenzamos aquí la quinta y última entrega del reportaje del Sanatorio de Marina.
A lo largo estas entradas hemos hablado de pacientes que mientras se recuperaban tocaban la guitarra para animarse y animar a los demás enfermos, de monjas que tenían que coger el autobús para ir la capital a conseguir buenos precios por la comida para los internados en el Sanatorio, de adolescentes que fantaseaban con personajes de novelas o de niñas que soñaban con la hora del bocadillo de jamón.
Hoy hablaremos de aquellos que con su trabajo hicieron posible que José Luis, Sor Margarita, Clawdia o Marga pudieran recuperarse, vivir y tener tan maravillosos recuerdos de su paso por Los Molinos.
Presentación
Me llamo Miguel Antonio Valera y mi vida está relacionada con el Sanatorio de Marina desde que nací.
Mis padres, Miguel Valera y Palmira Carrillo, eran ambos trabajadores allí, siendo mi padre militar y mi madre cocinera.
Vivimos primero en las casas de Marina y luego en las de sub-oficiales hasta primeros de la década de los noventa, momento en que mi padre pasó a reserva y se mudó a un pueblo cercano.
Mi padre
Mi padre llegó al Sanatorio en 1955 enfermo de la tuberculosis que a tantos aquejaba por aquel entonces.
Antes había estado embarcado en el Almirante Cervera, desde el cual le destinaron aquí al caer enfermo.
Estuvo casi tres años ingresado en la habitación 46 de la quinta planta.
Gracias al tratamiento y los cuidados que recibió, pudo sanar y recibió el alta en 1958. Fue entonces cuando decidió pedir el traslado definitivo al Sanatorio, cosa que le concedieron, pasando a formar parte así de la Dotación.
Al pertenecer al escalafón de Fogoneros se incorporó en Calderas, terminado sus servicios en el año 90 como Sargento Fogonero.
Mi madre
Por su parte, mi madre entró a trabajar al Sanatorio un par de años antes que mi padre, en el año 1953, como interna al igual que muchas de las otras chicas de entonces.
Primero estuvo de limpiadora en planta y luego pasó a cocina como pinche.
Ella recuerda cómo en aquel entonces dormían en el ático, habilitado para que ellas viviesen allí y el buen ambiente que siempre hubo entre todas las trabajadoras.
Más tarde subió de categoría a cocinera de tercera, puesto que mantuvo hasta que se pre-jubiló cuarenta y cinco años más tarde, en 1998.
Algunas de las personas que me han precedido aquí en sus relatos han coincidido con ella, como José Luis González con quien coincidió cuando a ella la operaron o Margara Botella porque mi madre conoció a su tía Sor Margarita.
El Sanatorio y yo
Por mi parte, nací en 1963 y mi vida ha estado marcada por el Sanatorio y todas las personas que pasaron por él.
Si me pusiera a nombrarlas seguramente ocuparía el resto del relato con sus nombres y con toda seguridad me dejaría a alguna en el camino, pero estad seguros de que recuerdo a todos ellos con muchísimo cariño.
Desde bien pequeño me gustaba trastear por el Sanatorio y pasar las horas muertas en Cocina, ayudando en las pequeñas tareas que me encomendaban.
Recuerdo a Eliseo y a Pedro trayendo los sacos de patatas, las cuales luego yo metía en las máquinas de pelar con la ilusión que un crío puede tener o bajar a las cámaras y a la despensa con mi madre y sus compañeras o ir hasta las cochiqueras a ver a los cerdos con los cuales se haría matanza después.
Me acuerdo de que la primera cocina era de carbón y que luego se hizo la reforma convirtiéndola a gas propano.
Recuerdo también cuando se construyó la rampa para las ambulancias, el nuevo monta camillas al lado de la cocina y muchas otras reformas que luego se fueron añadiendo con los años.
También tengo en mi memoria los jardines, que siempre estaban bien cuidados, y a la gente pasear por ellos y el recoger cerezas en primavera y níscalos en otoño.
No me olvido de Sor Antonia, Sor María Josefa o Sor Ascensión recogiéndome por las tardes y llevándome hasta la comunidad, de donde siempre volvía con los bolsillos llenos de chucherías de algún tipo y cenado la mayoría de las noches también.
Veo con absoluta claridad el salón comedor donde yo ayudaba al capellán, Don Aquilino, a preparar la misa todos los domingos, siendo monaguillo luego durante el transcurso de la misma.
Recuerdo las procesiones del Corpus Cristi o las fiestas de la Virgen del Carmen que se celebraban en la plaza de la entrada.
En las calderas
Entre mis memorias más importantes están las horas pasadas con mi padre en las calderas.
Subir con él a la azotea a verificar el nivel del depósito, ir al bombeo para rellenar susodicho depósito y esperar a que saliera el agua por el sobrante, limpiar la escoria, atizar las calderas y echar las cargas de carbón.
Bajaba a la leñera a por teas para encender al día siguiente, Iba a la residencia para comprobar que la caldera que había allí también estuviese funcionando correctamente…
Recuerdo a algunos compañeros de mi padre como Astorga, Ángel, Luis, José María o Miguel Ángel entre muchos otros.
También recuerdo esperar allí a que llegasen los camiones con el carbón y más tarde las cisternas con el gas-oíl y pasar las horas en el cuarto de calderas hasta la siguiente ronda por las instalaciones.
No puedo dejar de mencionar las cocheras, donde me gustaba ver los trabajos de mantenimiento y reparación que se llevaban a cabo allí o los arreglos que se hacían en las instalaciones y en las que tantas veces he acompañado a gente como Armando, Aparicio o Mariano.
Recuerdo con especial claridad un día en el que Manuel Lemos me enseñó los grupos electrógenos que suministraban la electricidad en caso de que hubiera un apagón.
O cuando llevaba a Ovidio los zapatos para que les echase algún remiendo o a Luis, el electricista, algún aparato que hubiera dejado de funcionar.
Vida social
Me gustaba ir a tomar algo a la cafetería general o a la de Marinería, disfrutando de buenos ratos con los compañeros de mi padre y con los marineros que pasaron por allí alguna vez.
En el Sanatorio también trabajó mi tío Ramón.
Él era portero de las casas de Marina y además se encargaba de echar el cine los viernes. Yo solía ayudarle a montar la pantalla en el salón comedor y a preparar la máquina y la película después.
Me acuerdo de muchas películas que se estrenaron en aquel entonces, como Le llamaban Trinidad, Drácula 73, Los Diez Mandamientos o Lo que el viento se llevó. Como anécdota puedo contar que una vez llegó una película para la cual no teníamos suficientes bobinas para montarla así que mi tío pensó que lo mejor es que fuésemos desmontándola a medida que salía de la máquina.
Lo que parecía una buena idea terminó con el cuarto lleno de película, tanto que se salía por la puerta, con nosotros sin dar abasto y unas cuantas risas después.
Junto a él también rozaba las hierbas de los patios, llenaba las carboneras de las casas o repartía el pan por las mismas.
Al colegio nos llevaban en los coches de Marina.
Unos íbamos al colegio en Los Molinos y otros se desplazaban hasta Cercedilla a un colegio de monjas que había allí.
Toda la chiquillería nos juntábamos después de las clases en los patios de las casas y jugábamos al escondite, al fútbol, al balón prisionero o a la piscina en verano.
Nos lo pasábamos muy bien.
En fin, tengo muchísimos recuerdos y todos ellos muy queridos como las Nochebuenas allí cuando después de cenar un grupo de marineros iba de casa en casa cantando villancicos o el bautizo de mi hija en la capilla, rodeados de las Hermanas, el personal y mi propia familia.
Muchos, muchos recuerdos que me ocuparían una página tras otra de este relato, muchísima gente en ellos (de los cuales muchos ya no están, tristemente, entre nosotros) y no puedo decir otra cosa que que esta ha sido mi manera de rendirles homenaje a todos ellos, pues todos y cada uno formaron parte de este gran lugar y dejaron huella en mi vida y en la de tantos otros.
No puedo evitar emocionarme al escribir estas palabras y recordar el estado en el que ahora se encuentra el Sanatorio, lugar al que no he podido volver tras su cierre hace ya unos cuantos años.
Esperemos que se encuentre alguna solución pronto y este lugar vuelva a ser fuente de nuevas memorias para mucha otra gente como en su día lo fue para mí.
Un saludo y un fuerte abrazo para todos.
Con el relato de Miguel ponemos fin a este especial de cinco entregas dedicado al Sanatorio de Marina de Los Molinos, pero Esperando al Tren continuará, mes a mes, con nuevos abandonos.
Texto y fotografías personales: Miguel Antonio Valera
Texto adicional/corrección: Tomás Ruiz
Fotografías: Daphneé García y Tomás Ruiz (exceptuando las cedidas, cuyo autor o procedencia está escrito en la propia foto
4 comentarios:
Que bonito me he emocionado leyendo tu historia!.Un abrazo muy fuerte.
Muy emotivo, felicidades a los creadores del blog, y gracias a pacientes y trabajadores que nos han abierto el corazón.
Muchas gracias a los dos por vuestro comentario. Me alegro de que os haya gustado.
Muy emocionante! No dejeis que siga asi. Sus paredes estan llenas de recuerdos y almas! Promover en change.org un escrito hacia Defensa y al Ayuntamiento y recoger para presentar firmas suficientes como para que no se deje morir este lugar y se use con buenos fines, que son muchos con tal que no siga asi.
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