Esta es la segunda parte del reportaje. Para conocer la historia completa es necesario leer la primera parte.
Para tener la mejor información siempre tratamos de ir directos a la fuente, evitando en la medida de lo posible las búsquedas en internet.
En este afán nos encontrábamos, hablando con unos y otros, cuando José Luis, un antiguo paciente del Sanatorio al que habíamos pedido un pequeño resumen de su experiencia en Los Molinos, nos envió su texto.
Decididos a “desmenuzarlo” para sacar la información e incluirla en la entrada nos dimos cuenta de que la entrada ya la había escrito él.
Porque su historia es una historia de camaradería, de amistad, de cariño, una historia de amor a un lugar y a unas gentes que pasaron de ser médicos, enfermeras, cuidadores, monjas o marineros a convertirse en una verdadera familia.
Una familia que acogía sin dudar en Navidad a aquellos pacientes que no podían volver a casa por su estado de salud o a los marineros que no podían costearse los viajes a Tenerife, a Palma o a cualquier otro lugar lejano.
Una familia que siempre estaba ahí para ayudar y apoyar a unos enfermos que llegaban tristes y temerosos.
Una familia, en definitiva, que ni el cierre del Sanatorio logró separar.
Hoy esa familia sigue unida a través un grupo en Facebook que, además, está abierto a todos aquellos que quieran unirse.
Os dejamos ya con el relato de José Luis.
Presentación
Deseo dedicar antes que nada mi relato a todos los trabajadores, médicos, enfermeras y personal militar, que a lo largo de la vida del Sanatorio fueron los auténticos artífices de dar la vida al edifico y a los que estuvimos en sus manos.
Ellos tienen escrito con mayúsculas sus nombres en la Historia del Sanatorio, en la vida de cada uno de los enfermos, en los vecinos de Los Molinos y que parte de ellos, siendo molineros, fraguaron con temple los méritos más que suficientes para tenerlos en cuenta en la historia de la sanidad en la Armada Española.
Por todos y por cada uno de ellos, hoy quiero hacer mención honorifica y dedicar este documento en el que intentare contar aspectos relevantes de mi paso en el GRAN HOTEL, que fue el Sanatorio de Marina de Los Molinos.
La llegada
El 14 de octubre de 1979, llevando hospitalizado casi un mes en el Hospital de Marina de Ferrol por causa de una tuberculosis pulmonar cavitaria, en la visita de la mañana del personal sanitario, se nos comunicó a mi madre y a mí que a la mañana siguiente sería trasladado a Madrid por revestir mi enfermedad un carácter especifico que obligaba a que el traslado se realizarse sin demora alguna.
Un golpe bajo para mi subconsciente y para mi familia ya que en aquel momento no disponíamos de recursos económicos y medios para hacerlo y además suponía que la familia estaría separada.
Mi vida laboral se truncaba, porque yo trabajaba en un estudio de arquitectura, era músico y aportaba a la economía del hogar.
De repente aparecía ante mí un túnel oscuro sin salida.
Los médicos me indicaban que era una enfermedad larga por su delicadeza y su específica trayectoria de curación en dolencias pulmonares, así que no había vuelta atrás, no se podía detener el tiempo y pensar que en cuestión de días estaría nuevamente curado.
El día 15 de octubre de 1979, sobre las 8 de la mañana, fui trasladado en una ambulancia de las Fuerzas Navales desde Ferrol a un lugar hasta entonces desconocido para mí que se llamaba Sanatorio de Marina de Los Molinos, cerca de Madrid.
Fueron 600 kilómetros amargos y largos, pero cuando llegamos a sus puertas ya comenzando la noche, pude observar que era un lugar muy especial, todo repleto de arboles y jardines iluminados con una fuente en una pequeña plazuela circular que engalanaba la entrada a un edificio grande.
Un portal que parecía el de un hotel con recepcionista para recibir la documentación y otorgar una habitación, un recibidor grande y con una lámpara central que iluminaba la belleza del hall y mobiliario del recibidor, que estaba hecho con maderas nobles.
Al fondo se apreciaban unas escaleras muy hermosas y a la derecha un gran salón cortinado y repleto de sillas con una televisión.
Una vez comprobados los papeles y tras una llamada me dicen que me correspondía la habitación 51 en la 5ª Planta.
Con nervios y aun sin acomodar mi mente a lo que estaba viendo, me dirijo por un pasillo un tanto largo para después tomar unas escaleras de bajada hacia el ascensor contiguo a la zona de cirugía.
Junto con mi madre y el conductor de la ambulancia llegué a la planta en cuestión, en la que, para mi sorpresa, se encontraba ya esperándome una monjita mayor con gafas y en actitud de recogimiento para darme la bienvenida.
Se dirigió a nosotros saludándonos y cogiéndome de la mano me acompaño a la habitación que tenia destinada, preguntándonos sobre el viaje y diciéndome que tendría un compañero de habitación que era de mi tierra, Galicia.
Doble sorpresa al encontrarnos con una amplia habitación con dos camas confortables y con una calefacción maravillosa (se me olvido comentar que en la sierra estaba todo nevado)
La monjita en cuestión, que se presentó como Sor Candelas, no paraba en su conversación de decir que en el Sanatorio se curaba a todo el mundo y que éramos bienvenidos al lugar y ya de paso aprovecho para comentarme que se aproximaba la hora de la cena y que podría comer algo y conocer a mi compañero.
Pasado un momento comenzaron a llegar internos para cenar y entre ellos mi compañero José, oriundo de un pueblecito de pescadores de la costa coruñesa llamado Camelle.
Ni que decir tiene que congeniamos enseguida.
Internado
Así pasaron como un par de mese en los que, como no podía salir a pasear al pueblo de Los Molinos, lo hacía solo por las instalaciones hospitalarias.
A medida que pasaban los días me familiarizaba con todo el recinto y pude descubrir que el trato de las enfermeras, las limpiadoras y de todo el personal era formidable.
Cuando conocí al médico que llevaría mi caso, sintiéndome reconfortado por su mirada y su forma de hablar sobre él, cumplió todas mis expectativas en su diagnóstico y sobre todo en la humanidad que desprendía su semblante.
Era un hombre de estatura más bien baja, con pelo canoso pero con un rostro claro y veraz cuando miraba.
Creo recordar que era Teniente coronel y su nombre imborrable para mi recuerdo; D. Francisco Rodríguez Padilla.
A posteriori pude saber que llego a ser director del Sanatorio.
Él siempre que venía de visita por las mañanas, flanqueado de un sequito de médicos y enfermeras que acudían habitación por habitación a reconocer los pacientes.
Entre el sequito recuerdo a Mila, acompañada del Dr. Maceiras, a dos médicos jóvenes que supongo que estaban en prácticas y al Dr. Padilla como “central” del grupo de batas blancas.
Navidad lejos de casa
Llego la Navidad, la primera en el Sanatorio, una fecha muy especial para estar tan lejos de casa y sin ver al resto de mi familia.
La única persona que tenia a mi lado desde mi ingreso era mi madre.
Recuerdo que llegaron los pases de permiso para poder ir de vacaciones a sus hogares a aquellos enfermos que tenían mejorada su salud.
Eran militares, tropa de marinería, procedentes de varias comunidades: Murcia, Madrid, Canarias, Galicia, Extremadura, Asturias, País Vasco, etc.
Estaban repartidos entre las habitaciones de la 50 a la 56 y pude comprobar que todos ellos podrían marcharse a casa.
Todos menos yo.
Como decía anteriormente, la Navidad parecía que tendríamos que pasarla mi madre y yo solos, con la compañía, claro está, de las monjas y del personal que trabajaba en las dependencias.
Pero resultó ser una Navidad entrañable y calurosa en afecto de los trabajadores que no cesaban de visitarnos y animarnos.
Una trabajadora que tuvo un gran detalle fue Mila, que nos envió una caja de bombones para mi madre y para mí.
O los compañeros de la 52, que al irse de permiso nos dejaron su televisión para hacer más agradable la estancia.
Fueron días muy hermosos y entrañables, fuimos invitados a las diversas misas y celebraciones de la Navidad, pude disfrutar de un coro de las hermanas muy bien conjuntado y armonizado en voces que me llamo mucho la atención, sobre todo una hermana que tocaba los teclados de un armonio, con maestría y a la vez dirigiendo los compases de las demás en sus canticos.
El coro
Transcurrida la Navidad y comenzando el año 80 ya me dieron permiso para poder salir a pasear por el pueblo y alrededores.
Comencé a tener conciencia de la belleza del Sanatorio y del pueblo de Los Molinos. Una vez que pude recorrer todo el lugar, conocer sus gentes, ver hermosura de todos los rincones y sobre todo a saber que me encontraba en un lugar privilegiado, en plena sierra de Madrid, con un clima seco y rodeado de calor humano.
Sobre el mes de marzo me interesé por acudir a las misas que se celebraban en el salón los domingos, ya que pensaba que esa misa era sólo para tropa y personal de la Armada.
Pregunté a Sor Candelas si podría ir a oír misa yo también y no sólo me dijo que sí, sino que pudimos ir juntos mi madre, Sor Candelas y yo.
Recuerdo que era un día soleado, parecía verano, al entrar en el salón todo estaba iluminado por el sol, las sillas repartidas en formación de hileras y en la zona central frente a las ventanas de medio arco se encontraba un púlpito de madera muy hermoso.
A la izquierda un órgano musical eléctrico que al poco tiempo fue rodeado por las monjitas para hacer un coro como el que me recordaba de Navidad.
Por supuesto la monjita del teclado era la misma y quien dirigía a todo el grupo.
Fue una misa encantadora con la música y el oficiante, un sacerdote gallego (de Orense), con el que pude hacer amistad.
Como cénit y colofón final de la misa, se canto la Salve Marinera.
Señores… sentí una emoción inmensa y aún hoy se me eriza la piel sólo de recordar a los asistentes cantando con solemnidad.
Impresionante tanto el marco y como el ver que todos los que allí estaban cantaban con esa emoción.
Todo aquello supuso el querer conocer a la hermana que llevaba el coro y Sor Candelas fue la encargada de presentármela: se trataba de Sor María Josefa, una monjita muy especial y carismática que se hacía cargo del coro y quien durante la semana desarrollaba su trabajo en el laboratorio.
Hicimos muy buenas migas ya que, al ser músico, yo le ayudaba con el coro y le hacía partituras para que las pudiera tener en su archivo.
Tuvimos desde ese día amistad y colaboración hasta que me dieron el alta y deje de verla, aunque pude mantener contacto pasados los años cada Navidad con sus felicitaciones.
Recuerdo que a finales de marzo me dijo que vendrían unas niñas a formar un coro con sus guitarras y me preguntó que si me gustaría compartir ese proyecto.
Así fue como formé parte del coro en el que todo eran chicas de mi edad, las hijas de los médicos y el personal del Sanatorio.
Fueron momentos muy especiales de vivencias entre las paredes del salón de actos, ensayando y cantando en las misas de los domingos y reforzó mi amistad con los trabajadores y médicos: todo parecía un sueño del cual no quería despertar.
También conocí a Ramón, un hombre encantador que se encargaba de poner películas todos los viernes por tarde-noche, una gran persona y con mucho humor para todos, siempre risueño y dedicado a su trabajo.
Dentro y fuera del Sanatorio
Fueron pasando los meses y pude ir de permiso a mi tierra, aunque no tardé en regresar al Sanatorio a continuar con la curación y conocer a los nuevos enfermos que llegaban.
Hice muchas amistades, logre conocer a un paciente histórico del Sanatorio y digo histórico porque era nada más y nada menos que el nieto de Isaac Peral, el inventor del submarino.
Destacaba por su genial y característica personalidad y traía de cabeza al personal del Sanatorio por sus escapadas esporádicas a Guadarrama, ya que solía fugarse en horas de reposo a tomar sus vinos (en el pueblo no le servían por conocerlo y encontrarse en mal estado de salud)
Por aquel entonces trabé amistad con una paciente de la residencia para enfermas que se encontraba en un edificio aledaño al Sanatorio, concretamente al lado izquierdo de la entrada principal.
Era un edificio engalanado de piedra y con una arquitectura muy embellecedora en maderas nobles, un ascensor modelo antiguo de cara vista que era rodeado de forma circular por escaleras de acceso a las diversas plantas.
La paciente en cuestión era de Ferrol y para colmo del ramo de la música y además teníamos amigos en común.
Begoña es su nombre y fue otra amistad que no quedo en el olvido, así como muchas otras muchas que siempre guardaré con cariño.
El Sanatorio guardaba ciertas disciplinas militares para el personal castrense y que yo desconocía, sobre todo a la hora de vestir y guardar las formas ante los médicos que tenían superior rango.
Por supuesto a mí no me afectaban ese tipo de disciplinas que bajo mi entender solo tenían que cumplir los enfermos militares y por ello tenía un poco más de libertad a la hora de recorrer las dependencias o de pasear sin tener que ponerme firmes y hacer el saludo militar.
Cierto día y una vez pasada la visita de las “batas blancas”, como llamábamos a los médicos, me fui con unos compañeros de la 56 a la zona de las escaleras que accedían a todas las plantas y que se encontraban sobre el tejado de la capilla.
Fuimos allí porque había un gran ventanal que nos permitía tener buena vista sin que nos pudiese observar nadie, ya que alguno de ellos iba a fumar, eso sí, con el peligro de ser arrestados o expulsados del Sanatorio.
Recuerdo que, además de varios compañeros, estábamos Andrés el Cartagenero y yo. Ambos vestíamos con unas camisetas de baloncesto ya que era verano y el calor apretaba.
No llevaríamos ni 10 minutos cuando por las escaleras sube el recepcionista para indicar que acudiésemos los dos al despacho del Director… inmediatamente.
Con asombro y estupor recorrimos el camino hacia el despacho de la dirección y fuimos recibidos por el director y los doctores Maceiras, Carreño y Padilla.
Yo creí morirme en aquel instante al ver tantos galones juntos aunque el discurso y la “bronca” fueron dirigidos hacia mi compañero Andrés.
Se nos informó del decoro que había que guardar en las instalaciones militares por el personal militar y que las prendas que llevábamos no guardaban dichas disciplinas, sobre todo mi compañero, a mi solo se me dijo que procurara adecuar mi vestimenta sin ropas deportivas que no abrigasen; fue del todo solemne el discurso pero que no llego a mayores.
Desde aquel día tome cuidado en adoptar vestimenta adecuada y no llamar la atención.
Al domingo siguiente se hicieron bromas con mi persona en el ensayo del coro, ya que las hijas de Carreño supieron de la regañina en la que me vi envuelto, puesto que además de haber estado presente, era conocedor de mi amistad con las niñas.
Decepción… y alegría
A todo ello y en mi vida que transcurría entre descanso, placas y radiografías, extracciones de sangre y multitud de pruebas, me relacionaba cada vez más con personal del Sanatorio y me sentía como de la familia.
Los meses pasaban y se acercaba la prueba final que se realizaría en septiembre para una vez vista y valorada positivamente se procedería a darme el alta.
Para los resultados de la broncoscopia, que recuerdo que fue desagradable, tuve que esperar al día siguiente.
Resultó ser un día soleado y ello me animo a pensar que en poco tiempo podría estar en casa y restablecido del todo ante este largo proceso que parecía intenso en ocasiones.
Cuando llegó la visita de los batas blancas con séquito incluido mis nervios eran de película: ya tenía planes y la maleta a medio hacer, había tomado todo el tratamiento, había descansado, comía de todo y había contemplado cada una de las prescripciones médicas.
Entraron en la habitación todos juntos, vi nuevas caras entre las batas blancas y se dirigieron a mi compañero para comunicarle comunican su alta, sintiendo una alegría contenida que me intuía me tocaría también a mí.
Pero sin más preámbulos el Dr. Padilla me dijo que el tema aún no se encuentra del todo curado, que mejor esperar un tiempo prudencial y que sobre noviembre me harían una nueva prueba.
Sin comentarios…
Tristeza, pero a la vez, y porque me sentía cómodo en el Sanatorio, me tranquilicé y continué mi camino de recuperación.
Llega el esperado noviembre y de nuevo el calvario de la prueba, cuyo resultado arrojó que no estaba curado y que si me daban el alta, en cualquier momento de mi vida podría tener una pérdida de elementos que formaban las cavidades pulmonares.
El consejo era pasar por quirófano y así quedar como nuevo y sin problemas ante la vida futura.
La noticia de esta nueva circunstancia con el agravante de pasar por cirugía la recibí con preocupación y sobre todo con temor.
Una vez llegada la fecha para iniciar los preparativos me invitaron a ir al despacho del cirujano y a hablar con él para que me indicara en qué consistiría la operación que me iban realizar.
Casualmente el cirujano era el director del Sanatorio, D. Álvaro Laín González, el mismo que meses atrás nos reuniera en su despacho para que adoptásemos una forma de vestir correcta.
La charla fue muy amena y él, que no descuidó en ningún momento reflejar el alcance de dicha intervención quirúrgica, inclusive me comentó quién formaría parte del equipo médico.
Para mi alegría conocía a unas cuantas personas, como a Sor Ascensión Valdés, monja integrante del Coro del Sanatorio, así como a Sor María Josefa, de la que he hablado antes.
Aquel hombre que me hablaba se dirigía a mí de forma muy especial y cariñosa, cosa que con el tiempo entendí dado que su carácter era de gran bondad y de cercanía a las personas.
El día señalado entré en el quirófano confiado y hablando con el personal en todo momento.
La gente que conocía me acompañó hasta la mesa de operaciones, algo que me transmitió tranquilidad e incluso mi madre pudo estar presente hasta llegar la zona de Rayos X.
Por primera vez accedí al quirófano, un lugar con mucha luz natural ya que su ventanal principal daba al pinar del Sanatorio.
Como era un día radiante de invierno los rayos de sol iluminaban junto con la pantalla de focos todo el esplendor de la sala de operaciones.
Todo se desarrollo en un ambiente muy familiar hasta dormirme.
Pasado el trance tengo que decir que mi operación tuvo lugar el día de mi cumpleaños, por lo que celebré mi mayoría de edad ingresado en la UVI.
Allí pude conocer al segundo cirujano, el Dr. Maximiano Nieto González, un medico lleno de humor sarcástico pero con un corazón encomiable y al anestesista, el Dr. Gerardo Jaqueti Peinado.
Durante ese tiempo pasé muy malos momentos debido a una infección post-operatoria y con la cual se estuvo luchando desde diciembre hasta enero.
Para mi desgracia el asunto no parecía mejorar y en febrero se optó por realizar una segunda intervención, aunque después de ésta la infección no cesó.
¡Todos al suelo!
Una fecha histórica en España también resultó ser una fecha histórica para mí.
El 23 de febrero de 1981 por la tarde, y a pocos minutos de iniciarse el Golpe de Estado en el Congreso de los Diputados, vino a mi habitación la hermana Sor Ascensión para decirme que al día siguiente me tenían que trasladar al Hospital Gómez Ulla para someterme a un tratamiento especial.
Hoy recuerdo de aquel día y aún no me lo puedo creer.
Fue en la mañana del 24, sobre las 8,30, cuando fui trasladado en una ambulancia militar hasta Madrid.
Puedo decir que jamás había visto tanto despliegue de vehículos, carros de combate y militares armados hasta los dientes en una ciudad vacía de civiles.
Al salir del Sanatorio el conductor de la ambulancia me dijo que tendríamos vía libre por ser una fecha tan especial pero que me lo tomara con calma, que no tenía de qué preocuparme.
El Hospital Militar Gómez Ulla era un fortín inexpugnable tanto en el exterior como dentro del propio edificio: todo parecía una película y yo me veía participe en ella. Creo que estuve en el centro alrededor de una hora y media y a eso de las 12 salimos rumbo nuevamente al Sanatorio.
Madrid continuaba sin un alma en la calle y yo me sentí partícipe de la historia al verla de tan cerca y en dependencias militares.
Aquellos dos días todas las batas blancas acudieron a pernoctar en el Sanatorio pendientes de lo que podría suceder aunque nadie hablaba del hecho.
Allí todos estábamos pendientes de la radio y la televisión incluidos los marineros del Sanatorio, que estaban acuartelados sin poder salir.
Toda una odisea digna de vivir y que aun hoy en día me parece un sueño que se mezcló en mi vida.
Por mi parte tengo que decir que en ningún momento llegue a temer por mi integridad ni por la del personal ya que estábamos en dependencias de Defensa y se habían adoptado medidas de seguridad necesarias para los que nos encontrábamos dentro ellas.
Con Golpe o sin él, mi paso por el Gómez Ulla fue el principio de una recuperación que se prolongó aproximadamente tres meses.
Un proyecto ilusionante
Cierto día de abril, en la visita de rutina, llegaron los doctores Laín y Nieto y me comentaron que el Ayuntamiento de Los Molinos había convocado un concurso para la creación de un monumento en honor a la Armada.
A él se podían presentar arquitectos y personal civil, por lo que estuvieron madurando la idea de crear junto conmigo un proyecto para participar y poder ganar dicho concurso.
La verdad es que era todo un reto y ellos, que tenían muchísima ilusión, optaron porque yo realizara bocetos y ellos aportarían ideas a medida que pasaban visita.
También me dieron dinero para comprar lápices, escalímetro, escuadra y cartabón, papeles, etc.
Hoy me rio de todo aquello por lo anecdótico, pero quisiera que pudieseis verlos discutiendo entre ambos y yo en medio con el lápiz y la goma… borra aquí, ahora pon esto aquí, no mejor ponemos esto otro… no ya te decía yo que esto era mejor…. espera… ahora tengo otra idea… hasta que poco a poco llegamos a crear un monolito en el que coincidimos los tres.
Fueron semanas intensas y se pasaban gran parte de sus visitas en planta bosquejando conmigo el dichoso monumento a la Armada.
Nos lo pasábamos bien en estas “sesiones clínicas”, siendo el que más discutía el Dr. Nieto porque quería ganar a toda costa.
El Dr. Laín era más paciente pero tenía magistrales ideas y tal fue el interés despertado que llegó a participar en la idea hasta Sor Ascensión con algunas pinceladas y opiniones.
Me acuerdo de que una vez abierta la puerta de la habitación me preguntaban “¿Cómo estas, quejica?”, a lo que yo les decía que muy bien y acto seguido cogían las dos sillas y se sentaban en mi mesa para ver como tomaban forma los dibujos y planos que iba haciendo.
Sobre el primero de junio ya teníamos realizados todos los planos y la documentación para presentar al Ayuntamiento.
¡A casa!
El plazo creo que finalizaba a finales de Junio pero el día 10 me llamaron al quirófano B, de curas, para ver mi estado y para preguntarme algo importante.
Fui con la convicción de que querían cambiar algo de los planos, pero no fue así… Estaban los dos sentados, uno a cada lado de la mesa de curas, y una vez sentado sobre ella para que observaran mi evolución, el Dr. Nieto de dice al Dr. Laín: “Oye… Álvaro, a José Luis ya estamos cansados de aguantarle y parece que tiene todo correcto, ¿qué te parece si le dejamos la puerta abierta? Lleva todos los días dando la murga con que se quiere ir a su tierriña y ya estamos cansados de verle”
“A ver qué opina él”, respondió.
Yo, incrédulo, les pregunté “¿Qué ocurre?”
D. Álvaro contestó que “tenemos que darte el alta pero con una condición muy especial…”
Fue música para mis oídos… por fin las palabras tan deseadas…. ¡Alta médica!
Les respondí que lo que hiciese falta y ellos me pidieron que presentara el proyecto y los planos a concurso aunque me marchara.
Y así lo hice.
Dos días después, el 12 de Junio de 1981, salí del Sanatorio.
Por cierto: no ganamos el concurso, pero lo pasamos muy bien y fue muy divertido y curioso ver a los mandos de la Armada queriendo competir a mi lado por el proyecto.
Vuelta al Sanatorio
A los 6 meses de mi alta volví a Los Molinos a una revisión rutinaria y desde aquel día estuve en contacto con casi todos ellos cada Navidad con las felicitaciones correspondientes.
Con el paso de los años llegue a poder visitar en su propia casa a D. Álvaro Laín, aquel cirujano y director del Sanatorio que me dio la vida.
Fueron unos momentos de suma emoción para ambos y nos fundimos en un gran abrazo.
Hoy y pasado el tiempo, muchos de los que conocí ya no están entre nosotros físicamente, pero en mi alma me acompañarán para siempre y continuarán guiando mi senda, pues forjaron sus nombres y personalidad en mi corazón.
Todos los trabajadores por igual, desde las telefonistas hasta el Coronel, porque el Sanatorio era algo más que un Sanatorio, era algo más que un hotel.
Como dije al principio, era, es y seguirá siendo el hogar de nuestros corazones, por ello quiero dar las gracias a Los Molinos por existir, a los habitantes, al alcalde, a Esperando al tren, al edificio del Sanatorio por permanecer en pie y aguantar las embestidas del tiempo y el vandalismo.
Gracias también a todos los que ya forman parte de la historia del centro, a los que continúan y enternecen nuestro recuerdo, gracias a mis amigas del coro, gracias a tantas y tantas personas que nos dieron a mi madre y a mi tanta felicidad…
Pura “la Gallega”, Genoveva, la familia Eguren, Carreño, Mila que tanto me ayudo a forjar un sueño, y muchos más.
Cierro estas líneas como hice al principio: recordando que los importantes son los que trabajaron y llevaron adelante el Sanatorio de Marina de Los Molinos.
Sigo queriendo a sus gentes y su historia.
GRACIAS.
Hasta aquí el relato de José Luis, al que no podemos estar más agradecidos.
Seguiremos contando, con ayuda de otros trabajadores y pacientes, como era la vida en el Sanatorio de Marina en la tercera parte.
Texto y fotografías personales: José Luis López González
Texto adicional/corrección: Tomás Ruiz
Fotografías: Daphneé García y Tomás Ruiz (exceptuando las cedidas, cuyo autor o procedencia está escrito en la propia foto)
14 comentarios:
Increíble el relato de la vivencia de Jose Luis con el acompañamiento de las fotos.
Me ha encantado, esperaré la siguiente parte :)
Excelente relato por tu paso por el Sanatorio..Gracias por recordarme con tanto cariño.
Que puedo decir yo,que visite este lugar en repetidas ocasiones,en las cuales mi camara y yo quedamos perplejos por la belleza del edificio,no puedo sentir mas que lastima,verdadera lastima,aun recuerdo esos preciosos ventanales en forma de arco del salon de actos,era el lugar que mas me gustaba,por que se prestaba a las fotografias de una forma especial,gracias por este relato que hace revivir la verdadera historia de este lugar
Gracias, Miguel y Sara. El mérito es todo de José Luis. Yo sólo transcribí su texto.
¡Qué historia tan hermosa! Ha sido un placer leerla. Y estupendas las fotografías, que ponen imágenes a todas esas vivencias.
Goyo (Madrid)
Emocionante relato. Yo me he criado entre esas paredes y me apena mucho ver en el estado que esta.
Gracias, gracias y mil veces gracias por tus palabras y, ante todo gracias por recordarme el corazon que tenia y tiene mi padre, D. Francisco Rodriguez Padilla.
Todos y cada uno de los miembros de mi familia te damos las gracias por el cariño con que has vivido tu estancia en lo que consideramos nuestra casa, EL SANATORIO DE MARINA DE LOS MOLINOS y, mi padre alla donde este, seguro que sonreira cuando lea tus palabras.
Gracias una vez mas.
Maravilloso post porque nunca llegamos a conocer la historia personal y de la gente que vivió o pasó por esos lugares abandonados que nos atraen tanto. Muchas gracias por compartir una historia tan bonita, por documentarla y construirla tan bien y a los protagonistas por compartir una parte de sus vidas con todos nosotros.
No olvidaré este reportaje.
Muchas gracias, Jano Montalvo. El mérito es de toda la gente que colaboró para hacerlo posible. Les transmito las felicitaciones de tu parte.
Siempre digo que prefiero leer un libro, que ver una película..y me reafirmo
Entre el relato y el acompañamiento de las imágenes, es bien fácil imaginarse dentro de la historia. Pelos de punta con la noticia del alta médica! Me encantan estas historias y me hacen añorar a mi abuelo. Gracias por compartirlo
Me gustaría preguntarle a Jose Luis si también conoció a mi tío Camilo, si no me equivoco fue radiólogo en el sanatorio :)
Hola, KELA, SOY jOSÉ lUIS.....pues claro que conocí a tu tío Camilo, era una gran persona, todo un profesional de la copa de un pino. éramos muy cómplices en algunos momentos en los que nos encontrábamos en la sala de rayos X, guardo muchos recuerdos imborrables sobre su persona.
Yo lo conoci era nuestro practicante.me gustaría saberalgo sobre el
Yo llegue destinado al Sanatorio el 8 de Enero del 80. Mi primer destino como Teniente de Sanidad. Bonito relato....fui compañero de Camilio de Emilio Carreño y conoci a todos los que nombras. Mi nombre es Jacinto Cano
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